Este artículo de reflexión se llevó a cabo en la Universidad de los Andes en el 2011, en la línea de investigación “Tradición oral mitológica”, y analiza a Pedro Gómez Valderrama en su única novela, La otra raya del tigre y a Enrique Otero D´Costa en sus dos relatos a propósito de las ánimas benditas, plasmadas en sus Leyendas. En estas tres historias, la mitología en prosa educa moralmente a los hombres en torno a sus responsabilidades laborales y católicas, mientras que censura de forma contundente el mal hábito de la bebida. Las obras hacen un llamado de atención con la finalidad de promover la moral y las buenas costumbres.
INTRODUCCIÓN
Hace ya algunos siglos atrás, en su archiconocida propuesta de La República, Platón (2008) consideró que la forma más adecuada de educar en virtud a sus ciudadanos ideales era la poesía. La comunidad y el Estado se formaban, en su utopía filosófica, desde la palabra, desde la mitología; para el afamado filósofo, era fundamental poner el máximo empeño en las primeras fábulas con la finalidad de exhortar al oyente a la virtud, y de esta manera moldear las almas jóvenes. En La República platónica, la mitología era la base de la jerarquización; en ella se encontraban los principios de comportamiento, las creencias, las costumbres, las censuras y demás componentes culturales que delimitaban y caracterizaban la ciudad republicana. La mitología se constituyó como la herramienta que mayor efecto tuvo en la formación de las almas, por lo que Platón sugirió que era necesario edificar con palabras la ciudad desde sus cimientos (369 c 10-12) (Platón, 2008, p. 140).
Para Platón, los relatos mitológicos necesariamente deben describir la vida moral de los individuos, sus conflictos internos y sociales, puesto que, desde los personajes, la voz del poeta se filtra en sus oyentes, cala en la parte irracional del alma y de a poco forma ciudadanos virtuosos que obedecen las leyes de La República. No obstante, Platón relega la imitación del poeta al tercer escalón en relación con la verdad. En su argumento metafísico, el poeta no puede escenificar la verdad porque está rezagado del mundo de las ideas; pero, si bien la imitación posee un rango inferior en la escala platónica, él mismo le adhiere un régimen de perversión (605 b 6-13) (Platón, 2008, p. 576) que cala en la parte irracional del alma de los espectadores y que afecta directamente la concepción de mundo que ellos tienen. Por tanto, para Platón es absolutamente necesario que el poeta imite únicamente el mundo como debe ser, sin alteraciones que perviertan el alma y la República, puesto que “[...] los mitos están aún vivos y fundamentan y justifican todo el comportamiento y la actividad del hombre” (Eliade, 1985, p. 11).
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