En esta presentación se comparte el recorrido personal y como investigador del Profesor Clóvis Cavalcanti, quien cuenta su historia a la par que repasa los primeros pasos de la Economía Ecológica como disciplina y de las distintas redes y espacios que fueron consolidando este campo académico. A partir de su relación personal con Nicholas Georgescu-Roegen y la cercanía con su obra, el profesor Cavalcanti expresa cómo fue su tránsito desde la ortodoxia de la Economía de finales de los años 1960, para acercarse definitivamente a la perspectiva de la Economía Ecológica. Finalmente, cerrando la descripción del inicio de un cambio de paradigma, se propone una lectura de la encíclica del Papa Francisco en una clave ecológica y transformadora.
De la Economía convencional a la Economía Ecológica
En 1965, después de concluir mi maestría en Economía en la Universidad de Yale (EEUU), decidí no hacer doctorado ni allí, ni en cualquier otro lugar. Tenía sospechas (que nunca perdí) alrededor de la teoría económica brillante y elegante que se enseñaba entonces en las universidades consagradas, de la cual mi maestro en 1964 en la Fundación Getúlio Vargas de Río de Janeiro, Mário Henrique Simonsen (1935-1997), era excepcional y convincente expositor. ¡Tantas cosas importantes quedaban por fuera! Una de ellas era la situación del subdesarrollo, apareciendo como reto para la comprensión. Este asunto fue abordado por Celso Furtado (1920-2004) en su libro Desenvolvimento e Subdesenvolvimento (Furtado, 1961), quien fue mi profesor en Yale y jefe de Sudene, la Agencia de Desarrollo del Nordeste de Brasil, en la que trabajé entre 1962 y 1964 siendo estudiante de Economía. En el período de convivencia constante con Furtado entre 1964 y 1965 en Yale, y algunas veces en la compañía de mis colegas de la universidad y roommates, Edmar Bacha y David Barkin (este último es hoy un exponente de la Economía Ecológica), mi pensamiento crítico solo se robusteció más. Yo continuaba, sin embargo, dentro del marco de las coordenadas de la Economía Neoclásica, molesto, pero aún desarmado para seguir una ruta distinta. Al final, la matemática siempre me causó satisfacción. Y los gráficos de coordenadas cartesianas que la Economía emplea en sus razonamientos me fascinaban. Además, la teoría no era vacía.
En el curso de mi preparación y compromiso profesional, un hecho inesperado contribuyó notablemente a fortalecer mi perfil heterodoxo y a guiarme en la dirección de la Economía Ecológica. Fue en julio de 1964 cuando oí a Nicholas Georgescu-Roegen (1906-1994), de la Universidad de Vanderbilt (EEUU), hablando en la Fundación Getúlio Vargas, donde yo hacía el curso del Centro de Preparación de Economistas (CAE) del Instituto Brasileño de Economía (IBRE). El curso, que prácticamente era la única forma de posgrado de Economía en Brasil en ese entonces, era dado por Simonsen, y además de él, un profesor de estadística y dos de inglés. Dos tercios del tiempo eran ocupados por Simonsen, que nos enseñaba (muy bien, dígase de paso) Macroeconomía, Microeconomía, Economía monetaria, Finanzas públicas, Comercio internacional, Matemática, etc. Fue Simonsen quien llevó a Georgescu para hablar con nosotros en clase. En esa ocasión, el maestro de Vanderbilt habló de las Leyes de la Termodinámica y la entropía en el proceso económico. ¿Quiénes entre nosotros, economistas de los años 1960, tenían nociones de Termodinámica? Esta brecha sigue existiendo hoy entre los estudiantes de Economía.
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