La invención del microscopio, a diferencia de muchos otros instrumentos en la historia de la ciencia y a semejanza de solamente unos pocos como el telescopio, resultó en la creación de una nueva ciencia: la microbiología. El desarrollo técnico de este instrumento barroco, como sucedió con el violín, por ejemplo, logró revelar mundos cada vez más complejos para el entendimiento humano. En este artículo se presenta de manera cronológica cada uno de los hitos que llevaron progresivamente al curioso aparato a colocarse en el centro del diagnóstico médico en el final del primero milenio.
INTRODUCCIÓN
La aparición de la dimensión microscópica en la ciencia a comienzos del siglo XVII no fue, en su momento, tan espectacular como la que permitió explorar el telescopio. Después de todo, el telescopio de aquella época solamente acercaba y mostraba en detalle lo que cualquier ser humano podía ver a simple vista. El microscopio, por el contrario, revelaba mundos a la vez desconocidos e incomprensibles para la humanidad. Unas pocas teorías de la antigüedad habían sugerido la existencia de seres diminutos, pero la complejidad de la microbiología sería para la gente de los albores de la microscopía apenas comparable a la de las partículas elementales en la física para nuestros contemporáneos del siglo XXI. Un territorio difícil para el común. Fuera de unas pocas demostraciones públicas y privadas, la microscopía no representaría mayor impacto en el grueso de la sociedad hasta la llegada del siglo XIX y, en especial, de Louis Pasteur en Francia y de Robert Koch en Alemania.
En el siglo XVI el veronés Girolamo Fracastoro (1478-1553) había escrito tres obras precursoras de la microbiología, Syphilis sive morbus gallicus (1530), De contagione et contagiosis morbis et curatione (1546) y De simpathia et antipathia rerum (1553), en las cuales, inspirado en la teoría atómica de Demócrito, postulaba que partículas infecciosas podían pasar del enfermo al sano y lo contagiaban causando en el receptor una alteración de la misma naturaleza que la del enfermo. Estas partículas formaban un halo alrededor del enfermo y se podían difundir por el aire. Pero el contagio explicado en la tercera obra de Fracastoro dependía de la sympathia descrita en el primero: Cuando la simpatía llevaba a las partículas al receptor adecuado, éstas podían engendrar partículas semejantes en los humores del nuevo hospedero y as amplificar la enfermedad. Fracastoro denominó a estas partículas seminaria, las dotó de poder reproductivo aunque no explícitamente vivas (como los virus o, mejor, los priones) y sólo podían neutralizarse mediante sustancias con poder de antipathia.
No se si esta transcripción de la obra del médico veronés sea una interpretación acomodada, pero las similitudes con los términos y mecanismos de la microbiología son impactantes. En todo caso pasaron desapercibidas para todos los científicos durante varios siglos, incluyendo a los microscopistas, aunque no para los artistas que representaban las escenas de la lepra y otras infecciosas con puntos dispersos en el ambiente y acumulados en los enfermos.
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