La construcción de centrales hidroeléctricas en países ecuatoriales –como Colombia– enfrenta los desafíos propios de su diversidad ecosistémica, la cual da lugar a múltiples expresiones culturales que reflejan estrategias adaptativas frente a entornos complejos. Dicha relación se ve condicionada por elementos transversales del territorio,como es el caso de los ríos, cuyas dinámicas influyen en la ecología y tipo de sociedades por las que discurren, por lo que cualquier cambio en sus parámetros comprometerá al conjunto. La central hidroeléctrica de Urrá, ubicada en la cuenca alta del río Sinú (Tierralta, Córdoba) refleja la anterior premisa, al haber transformado la ecología del río,su conexión con otros ecosistemas y cuerpos de agua, así como la integridad física y cultural de las comunidades que interactúan con él, en un contexto de restricción a la participación y de violencia generalizada que acentuó sus afectaciones negativas, en especial sobre pueblos indígenas como los Embera Katío. El presente documento busca aportar elementos para la discusión sobre las implicaciones de las centrales, más allá de los impactos biofísicos que se le atribuyen, al situarlo en un caso y contexto particular en el que la ausencia de participación y la disputa por el control territorial llevan a considerar otras afectaciones y móviles detrás de su implementación y operación.
Introducción
El agua es un elemento articulador de la vida, dada su conexión con los organismos y ecosistemas, así como con las distintas formas e intensidades de uso por parte de las sociedades. Este elemento adquiere diferentes significados dependiendo de las culturas que lo apropien, los cuales van desde lo mágico, pasando por lo instrumental, hasta lo estético (Merino y León-Sicard, 2007). Para el caso de los Embera Katío del Alto Sinú, su valoración surge a partir de una lectura de escasez que atraviesa –curiosamente– los escenarios de abundancia en los que habitan, lo cual lleva implícita la necesidad de cuidar aquello considerado un bien común, fruto del trabajo colectivo entre un pueblo y su deidad, Karagabí: ellos se unieron para derribar ese enorme Jenené (árbol) en el que el agua era atesorada y de cuya concavidad proceden los mares, así como los ríos, riachuelos y quebradas provienen de sus ramas y brotes, respectivamente, y los charcos o ciénagas de sus pequeños renuevos (Osorio, 1993).
Ese carácter transversal del agua explica conceptualizaciones como aquellas que hablan de territorios hidrosociales, “construidos activamente y producidos históricamente a través de los contenidos, las fronteras, las jerarquías y conexiones de las interfaces de la sociedad, la tecnología y los ecosistemas” (Boelens et al., 2016, citado por Santander Durán, 2019, p. 13).
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