Desde la revolución industrial, ha habido mujeres en el mercado laboral en funciones que implican trabajar de noche y en turnos inusuales y disponer de mucho tiempo libre. Los hombres, sin embargo, no han aumentado su participación en el trabajo reproductivo. Esta constatación pone de manifiesto la dificultad de armonizar la vida profesional con la vida familiar y doméstica. Este artículo analiza la relación entre la vida familiar y la vida profesional de las trabajadoras de la cuenca de Campos, en Río de Janeiro, entrevistando a 15 mujeres que desempeñan funciones técnicas predominantemente masculinas. Los resultados mostraron que pospusieron pensar en la maternidad o planear quedarse embarazadas después de conseguir un empleo en tierra, tuvieron dificultades para armonizar la vida familiar y el trabajo en alta mar, y consideraron que trabajar en este tipo de empleo era temporal. Las decisiones que toman las trabajadoras en las diferentes etapas de su vida personal y profesional están guiadas por valores, que no son estáticos y están en constante debate y confrontación con la realidad. Aunque la mayoría de las entrevistadas son jóvenes, solteras y sin hijos, hay algunas mujeres casadas y con hijos que "organizan su vida en función del embarque" y necesitan una buena infraestructura en tierra para seguir desempeñando estas funciones.
1. INTRODUCCIÓN
1.1 Tiempo y trabajo: el drama de las negociaciones
Durante el siglo XXI, en las sociedades capitalistas occidentales, las personas viven un aumento de las actividades laborales y culturales y una diversificación de estas actividades como respuesta a las exigencias impuestas por la sofisticación tecnológica y la intensidad de los desplazamientos (Bandeira, 2010). Así como se requiere una actualización constante para permanecer en el mundo del trabajo, también hay nuevas exigencias en los planes de vida familiar y social. Hombres y mujeres corren para trabajar, para graduarse y actualizarse, para cuidar de la salud de sus hijos y educarlos, para proveer a la subsistencia y para ejercer su ciudadanía. Sin embargo, un día y una noche siguen durando 24 horas, pero las personas se encuentran bajo la presión de realizar un mayor número de actividades.
Los años 90 estuvieron marcados por grandes cambios en el mundo laboral, con "nuevos modelos de producción", reestructuraciones productivas y externalizaciones a raíz de la globalización (Hirata, 2001). En este contexto, la evaluación y la medición del trabajo empiezan a tener en cuenta mucho más los resultados obtenidos que el cálculo de las horas trabajadas, exigiendo una mayor implicación del empleado.
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