El propio concepto de espacio, tal como nosotros lo hemos propuesto en otros lugares (Santos, 1978 y 1979), parece ser una de las fuentes de duda más frecuentes entre los estudiosos del tema. Entre las cuestiones paralelas a la discusión principal, surgen muy frecuentemente algunas que se podrían resumir del siguiente modo: ¿qué caracteriza, particularmente, el estudio de la sociedad a través del espacio? ¿Cómo considerar en la teoría y en la práctica, los ingredientes sociales y «naturales» que componen el espacio para describirlo, definirlo, interpretarlo y, finalmente, encontrar lo espacial? ¿Qué caracteriza el análisis del espacio? ¿Cómo pasar del sistema productivo al espacio? ¿Cómo abordar el problema de la periodización, de la difusión de las variables y el significado de las «localizaciones»?
La respuesta es, sin duda alguna, en la medida en que el vocablo espacio se presta a variedad de acepciones, (...) a las que venimos a añadir una más. Resulta también ardua en la medida en que sugerimos que el espacio así definido sea considerado como un factor de evolución social y no solamente como una condición. Intentemos, sin embargo, dar respuesta a las diversas cuestiones.
Consideramos el espacio como una instancia de la sociedad, al mismo nivel que la instancia económica y la cultural ideológica. Esto significa que, como instancia, el espacio contiene y es contenido por las demás instancias, del mismo modo que cada una de ellas lo contiene y es por ellas contenida. La economía está en el espacio, así como el espacio está en la economía. Lo mismo ocurre con lo político institucional y con lo cultural ideológico. Esto quiere decir que la esencia del espacio es social. En ese caso, el espacio no puede estar formado únicamente por las cosas, los objetos geográficos, naturales o artificiales, cuyo conjunto nos ofrece la naturaleza. El espacio es todo eso más la sociedad: cada fracción de la naturaleza abriga una fracción de la sociedad actual. Tenemos así, por una parte, un conjunto de objetos geográficos distribuidos sobre un territorio, su configuración geográfica o su configuración espacial, y el modo cómo esos objetos se muestran ante nuestros ojos, en su continuidad visible, esto es, el paisaje; por otra parte, lo que da vida a esos objetos, su principio activo, es decir, todos los procesos sociales representativos de una sociedad en un momento dado. Esos procesos resueltos en funciones se realizan a través de formas. Estas formas pueden no ser originariamente geográficas, pero terminan por adquirir una expresión territorial. En realidad, sin las formas, la sociedad, a través de las funciones y procesos, no se realizaría. De ahí que el espacio contenga a las demás instancias. Está también contenido en ellas, en la medida en que los procesos específicos incluyen el espacio, sea el proceso económico, sea el proceso institucional, sea el proceso ideológico.
Un elemento de discusión aducido frecuentemente tiene que ver con el hecho de que definir el contexto, podríamos estar incluyendo dos veces la misma categoría o instancia. Por ejemplo, cuando el espacio se presenta como la suma del paisaje (o mejor aún, de la configuración geográfica) y de la sociedad. Pero eso, justamente, indica la imbricación entre las instancias: como las formas geográficas contienen fracciones de lo social, no son solamente formas, sino formas contenido. Por esto, están siempre cambiando de significado, en la medida en que el movimiento social atribuye, en cada momento, fracciones diferentes del todo social. Puede decirse que la forma, en su calidad de forma contenido, está siendo permanentemente alterada, y que el contenido adquiere una nueva dimensión al encajarse en la forma. La acción, que es inherente a la función, está en armonía con la forma que la contiene: así, los procesos sólo adquieren plena significación cuando se materializan.
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