El compromiso de las empresas brasileñas en proyectos de responsabilidad social corporativa (RSC) está aumentando, lo que refleja la consolidación de nuevas estrategias corporativas. Sin embargo, la falta de modelos para evaluar la idoneidad de estos proyectos crea un cuello de botella para el desarrollo y la evolución de la RSE. Esto se debe a que estas iniciativas pueden tener costes significativos que no necesariamente se traducen en mejoras sociales y medioambientales para las comunidades afectadas por las actividades de la empresa. El presente trabajo propone la evaluación de proyectos de RSE a través de un modelo matemático, construido a partir de los conceptos de lógica difusa, lógica borrosa o fuzzy logic. De esta forma, se demuestra que es posible integrar las distintas dimensiones del desarrollo sostenible en la evaluación de proyectos de RSE, generando subsidios para la toma de decisiones, aunque los datos de entrada sean inciertos y de distinta naturaleza.
1. INTRODUCCIÓN
El concepto de desarrollo tiene su origen en la economía. Tras la Segunda Guerra Mundial, los economistas neoclásicos definieron el desarrollo como crecimiento económico y fijaron como objetivo principal la maximización del Producto Interior Bruto (PIB). Años más tarde, a principios de los 80, la crítica ecologista, surgida en el contexto de la crisis del desarrollo, apuntó hacia una reflexión más amplia. El enfoque ecologista demostró que el modelo de crecimiento económico seguido por los países industrializados no era posible a escala mundial, principalmente debido a la limitación de los recursos naturales. También era indeseable debido a la degradación social y medioambiental provocada por sus modos de producción. El llamado "desarrollo maligno" debería ser sustituido por el "ecodesarrollo", en el que el crecimiento económico se perseguiría conjuntamente con la preservación del medio ambiente. Además de la dimensión ecológica y económica, el ecodesarrollo tenía también una dimensión social y cultural, siempre orientada hacia la autonomía, el desarrollo endógeno y autosuficiente y la planificación participativa.
En 1987, el Informe "Nuestro Futuro Común", conocido como Informe Brundtland, acuñó oficialmente el término "desarrollo sostenible", previendo la garantía de los recursos naturales para las generaciones futuras (COMISIÓN MUNDIAL DE MEDIO AMBIENTE Y DESARROLLO, 1988). A partir de entonces, planificar el desarrollo significó tener en cuenta simultáneamente las tres dimensiones de la sostenibilidad: social, medioambiental y económica.
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