Con el objetivo de evaluar la inclusión de 0 (control), 5, 10 y 15 ml de yogurt artesanal/ave/día en el pienso de gallinas ponedoras Isa Brown, y su efecto en la producción y calidad del huevo, se utilizaron 240 aves durante 60 días, en el estado Delta Amacuro, Venezuela, siguiendo un diseño completamente aleatorizado, con cuatro tratamientos y seis repeticiones; cada repetición se realizó con 10 gallinas. Al final del experimento se obtuvo que la producción total de huevos (3.04, 3.22, 3.38 y 3.58 kg/ave), el índice de puesta (88.66, 90.00, 93.33 y 96.66 %), la conversión (2.37, 2.24, 2.13 y 2.01 kg alimento/kg huevo) y el peso del huevo (58.96, 60.86, 62.33 y 65.26 g) mejoraron significativamente en las aves a medida que se incrementó en el pienso la dosis de yogurt de búfala. El porciento de huevos rotos no difirió entre tratamientos, mientras que el porciento de huevos cascados y huevos sucios fue superior significativamente para 15 ml de yogurt con respecto al control. Las características sensoriales del huevo cocido (olor, sabor y textura) no mostraron cambios significativos, según el criterio de los panelistas encuestados. Se concluye que la inclusión del yogurt artesanal elaborado con leche de búfala en la dieta de gallinas ponedoras Isa Brown estimuló el índice de puesta y el tamaño del huevo, sin que se presentaran efectos significativos en la calidad sensorial del huevo.
1. INTRODUCCIÓN
La distribución de la masa bufalina en el mundo abarca todos los continentes, pero tiene mayor presencia en Asia (India, Pakistán, Tailandia, China, Vietnam), África (Egipto), Europa (Italia, Bulgaria) y América del Sur (Brasil, Colombia, Argentina, Venezuela y Perú); en general, la especie se cría para la producción multipropósito, con énfasis en la producción de leche y sus derivados (1).
Según Hurtado (2), el crecimiento de la ganadería bufalina en Venezuela y otros países del área ha sido impresionante en los últimos 25 años; los estados venezolanos de Monagas y Delta Amacuro, en el norte del país, se presentan como los mayores productores de leche de búfala, gracias a sus propicias condiciones climáticas y agroecológicas para el desarrollo de esta especie, las cuales favorecen un crecimiento importante de la producción y su aceptación por la población, sobre todo para la elaboración de quesos.
Desde principios del siglo XX, el científico Metchnikoff (3) estudió las relaciones entre el consumo de cultivos lácteos fermentados con Lactobacillus y la baja incidencia de enfermedades y la longevidad de la población humana de Bulgaria. La investigación con los productos lácteos fermentados continuó hasta la década de los años treinta, cuando se descubrieron los primeros antibióticos y se marginó el trabajo con los lactobacillus, y se reactivó a principios de los años sesenta, cuando inició la crítica al uso de antibióticos como promotores de crecimiento del ganado, crítica que culminó con una legislación estricta que prohíbe su utilización en toda la Comunidad Europea y otros países de avanzada que se preocupan por sus efectos potencialmente peligrosos para la salud humana y la ecología (4 y 5).
El concepto del uso de los microorganismos que ayudan a la digestión, absorción y aprovechamiento de nutrientes y a la integridad y desarrollo de la mucosa intestinal, tanto en los humanos como en los animales, ha sido una inquietud científica y práctica (6 y 7).
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