La vigilancia es esencial para estar preparados contra las amenazas biológicas derivadas de los ataques bioterroristas a las enfermedades infecciosas emergentes. La vigilancia puede proporcionar información valiosa para la evaluación de riesgos y para tomar decisiones sobre qué patógenos a los que dirigirse con la mayor atención al desarrollo y al almacenamiento de vacunas, medicamentos o terapias profilácticas antes y después de la exposición. Sin embargo, decidir sobre qué amenazas probables de armas biológicas y enfermedades infecciosas emergentes para invertir tiempo y recursos plantea un desafío, especialmente durante tiempos económicos difíciles o en regiones más pobres. ¿Deberíamos, por lo tanto, intentar enfocarnos en la amenaza más plausible o la amenaza más devastadora que ocurra incluso si parece ser menos probable?
Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC) afirman que un agente biológico transportado por el aire tiene el mayor potencial para propagarse masivamente con un impacto abrumador [1]. De hecho, algunos de los agentes clasificados como amenazas biológicas de alta prioridad para la seguridad nacional, o agentes de Categoría A, pueden ser transmitidos por inhalación. Los agentes de categoría A son los que pueden dispersarse o transmitirse fácilmente, tienen altas tasas de mortalidad, pueden causar pánico público y, por lo tanto, requieren preparación en materia de salud pública [1]. Los agentes de la categoría A que pueden transmitirse por inhalación o pueden ser aerosolizados incluyen el Bacillus anthracis (ántrax), Yersinia pestis (plaga), Variola major (viruela), Francisella tularensis (tularemia) [2] y filovirus (fiebres hemorrágicas virales) [3]. Se puede argumentar que mientras que las enfermedades causadas por estos agentes pueden ser devastadoras, la exposición natural a estos agentes es rara [3]. Sin embargo, los envíos de ántrax de 2001 en los EE.UU. sirvieron como un recordatorio de la amenaza inminente del bioterrorismo para causar enfermedades, muerte y una amplia agitación social y económica [4]. Además, los agentes infecciosos de origen natural que se transmiten por el aire todavía pueden surgir y abrumarnos como lo fueron los casos durante los brotes mundiales en 2003 del coronavirus asociado al síndrome respiratorio agudo severo (SARS-CoV) y en 2009 del virus de la gripe pandémica H1N1. Por consiguiente, la vigilancia de los contagios de origen natural también debería ser de alta prioridad. No es sorprendente que la Organización Mundial de la Salud (OMS) asegure que el fortalecimiento de los sistemas de vigilancia de los brotes naturales es el mejor enfoque para preparar y detener los ataques bioterroristas [4].
La falta de vigilancia ha permitido que otras enfermedades de origen natural nos tomen por sorpresa. Un ejemplo es el del VIH/SIDA. Identificado por primera vez en la década de 1980, el número de nuevas infecciones no se estabilizó hasta el año 2000, y alrededor de 33 millones de personas se vieron afectadas en 2009 [5].
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