Las guerras, los enfrentamientos y los conflictos en general, entre dos o más facciones opuestas, siempre han representado una grave amenaza para la integridad del patrimonio cultural situado en sus territorios. Desgraciadamente, esta amenaza se materializa más a menudo en forma de destrucción de cantidades importantes de bienes culturales (muebles e inmuebles): monumentos, lugares religiosos, museos, bibliotecas, archivos, etc. La humanidad se ve así privada de un patrimonio cultural compartido e insustituible.
Aunque esta práctica existe desde la antigüedad, la destrucción de bienes culturales ha resultado aún más devastadora desde la introducción de los bombardeos aéreos y las armas de larga distancia [1].
Tradicionalmente, el saqueo de los bienes culturales proclamados como "botín de guerra" ha sido llevado a cabo deliberadamente por el vencedor. Al margen de esta práctica de pillaje interestatal, existe el pillaje individual que se ve facilitado por las consecuencias de los conflictos armados, especialmente si son duraderos y/o van acompañados de una ocupación militar. Entre esas consecuencias figuran la inestabilidad social y económica, la pobreza, el debilitamiento o incluso la desaparición de las autoridades administrativas encargadas de mantener el orden público, a menos que sean sustituidas temporalmente por las autoridades de ocupación [2].
Después de la Segunda Guerra Mundial surgió una nueva amenaza para los bienes culturales, al aumentar los conflictos no internacionales y/o étnicos. Estos conflictos no sólo quedan fuera del ámbito de las normas aplicables a los conflictos interestatales tradicionales, sino que a menudo su objetivo es claramente destruir el patrimonio cultural del adversario o del grupo étnico contrario. Además, esta destrucción se ve facilitada por la proximidad geográfica y el conocimiento mutuo de los sitios y bienes culturales, así como de la cultura del adversario.
Esto se ejemplifica con la destrucción durante la guerra en la ex Yugoslavia, donde los bienes culturales que no eran un objetivo militar fueron atacados deliberadamente por el grupo étnico opuesto, que trató de destruir los rastros o símbolos de la cultura del "enemigo" étnico. Entre los ejemplos especialmente significativos figuran el bombardeo de la antigua ciudad de Dubrovnik, en Croacia, y la destrucción del puente de Mostar, en Bosnia y Herzegovina.
Estos nuevos desafíos muestran claramente la necesidad de mejorar la protección de los bienes culturales, en particular en el caso de los conflictos internos de dimensión étnica.
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