Las especies vegetales subvaloradas son plantas marginalmente aprovechadas, aunque presentan nutrientes esenciales valiosos. El occidente cercano antioqueño se caracteriza por el crecimiento del turismo, que ha desplazado a la producción de frutales tropicales tradicionales y con ello amenaza el conocimiento local sobre su uso y manejo. Este trabajo evaluó la diversidad de plantas con potencial de integración al turismo y describió los usos y el manejo dados por la población. Se registraron 78 especies, de las cuales el 32 % reunieron las características de ser nativas, tradicionales y aceptadas por el turismo. Las especies más promisorias fueron zapote, tamarindo, corozo, iraca y algarrobo. La alta diversidad de especies y el conocimiento tradicional deben conservarse, a través de propuestas de turismo con identidad cultural.
INTRODUCCIÓN
Las especies vegetales subvaloradas son plantas silvestres o cultivadas cuyo potencial no se ha aprovechado plenamente, incluyen variedades locales de los cultivos principales y especies actualmente abandonadas por los agricultores o en proceso de abandono (Padulosi y Hoeschle-Zeledon, 2004; Pastor et al., 2006). Muchos factores determinan la condición de marginación, olvido o subvaloración de las plantas, algunos son socioeconómicos y culturales, relacionados con el reemplazo por otras que, sesgadamente, se consideran de mayor valor (Patiño, 2002). Otros factores se relacionan con características intrínsecas de las especies, que constituyen alguna limitación para su producción comercial o uso (Pastor et al., 2006); por ejemplo, la presencia de espinas o compuestos químicos particulares (Dasgupta et al., 2013), o la corta vida en postcosecha, por lo cual su manipulación es difícil (Peña et al., 2007), entre otros.
Sobre las especies marginadas existe poca información científica y técnica disponible, no hacen parte de las agendas de investigación y desarrollo de instituciones gubernamentales, lo cual limita su proposición como cultivos novedosos (Pastor et al., 2006). Se ha demostrado que muchas de estas especies presentan componentes esenciales para una dieta adecuada, compuestos bioactivos importantes que podrían usarse en nutracéutica, farmacéutica y otras aplicaciones (Johns, 2004; Pande y Akoh, 2010).
Una consecuencia de la marginación de las especies es el riesgo de pérdida de esta diversidad y del conocimiento asociado, generado por los agricultores y sus comunidades. Este conocimiento, también conocido como “conocimiento indígena”, conocimiento “local” o “cultural”, representa el saber adquirido a través del contacto directo con el ambiente durante siglos, en contextos ecológicos y lingüísticos específicos (Berkes, 1993; Christensen Fund, 2014), y constituye un patrimonio intangible. El conocimiento tradicional incluye los conocimientos agrícolas, científicos, técnicos, ecológicos y medicinales y los relacionados con la diversidad biológica (Organización Mundial de la Propiedad Intelectual [OMPI], 2012), se transmite oralmente de generación en generación y su aplicación práctica se inserta en una lógica basada en la utilización de recursos alimentarios, dentro de un contexto de estrecha dependencia entre producción, disponibilidad de alimentos y consumo familiar (Velagão, 2009). Su pérdida va contribuyendo a la pérdida de la identidad.
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