"La respuesta corta es que sí", dice Smárason, director del grupo de investigación sobre Sostenibilidad y Acuicultura de la empresa de investigación y desarrollo alimentaria y biotecnológica Matís (Islandia). Pero que de verdad queramos hacerlo es algo muy distinto.
Tomemos la ganadería como ejemplo. Se ha dedicado mucho tiempo, energía e investigación en averiguar cuáles son las necesidades nutricionales exactas del ganado a fin de lograr el mejor crecimiento, salud y bienestar. Ello ha dado lugar al desarrollo de productos alimenticios como los piensos granulados, que proporcionan al salmón de piscifactoría todo lo que necesita.
"También podríamos hacerlo para los seres humanos", agrega Smárason, en forma de píldora o una papilla. Así las cosas, no se ha hecho porque, para las personas, comer es mucho más que ingerir nutrientes. Es una actividad social compleja e inherente a los seres humanos, en la que intervienen la conversación y los sentidos del olfato, el gusto y el tacto. "Es algo que no se puede reducir a una simple píldora, porque sería aburrido —observa Smárason—. No va a saber tan bien".
Sin embargo, hay margen para el desarrollo avanzado de alimentos bajo los auspicios de la alimentación personalizada: una tendencia que tiene en cuenta las necesidades nutricionales de las personas, que difieren de una a otra. En un futuro cercano, Smárason prevé que equipos similares a las impresoras 3D que aparecían en la veterana serie de televisión de ciencia ficción "Star Trek" puedan crear alimentos con tan solo pulsar un botón. Esto se podría hacer empleando cartuchos con ingredientes y nutrientes que podrían convertirse en alimentos deliciosos y nutritivos, afirma el investigador.
No obstante, para fabricar esos alimentos impresos seguiría siendo necesario cultivar los ingredientes, lo cual podría tener un impacto tan perjudicial para el planeta como el de los sistemas de producción de alimentos actuales. Aquí es donde entran en juego las proteínas alternativas, explica Smárason.
En el proyecto NextGenProteins, financiado con fondos europeos, Smárason dirigió un equipo que desarrolla algunas de estas proteínas alternativas empleando, por ejemplo, microalgas, insectos o microbios como la levadura. Una de las ideas del equipo del proyecto se basa en el empleo de subproductos del sector forestal europeo, para convertir biomasa leñosa en hidratos de carbono que sirvan de alimento a levaduras y crear así proteínas en polvo ricas en nutrientes.
"Lo que tienen en común muchas proteínas alternativas es que casi no compiten con la producción de alimentos convencional —agrega Smárason—. Ofrecen un elevado nivel nutricional, pero con una huella ambiental pequeñísima".
Si bien el desarrollo de alimentos impresos en 3D está más cerca que el de las naves espaciales de hipervelocidad de "Star Trek", aún queda mucho trabajo por hacer. Es posible crear algo que se parezca a un filete de pescado —e incluso que sepa igual—, pero conseguir la textura adecuada es mucho más difícil. Tal y como se ha demostrado en las primeras pruebas con carne cultivada, la textura tiene que ser la adecuada para que las personas la acepten como un alimento alternativo.
Los alimentos impresos podrían estar entre nosotros en los próximos decenios, afirma Smárason. Pero a menos que renunciemos a algunos de nuestros placeres sensoriales en relación con la comida, o nos veamos obligados a comerlos debido a futuras presiones externas, señala el investigador, es poco probable que, en un futuro cercano, renunciemos a nuestras delicias culinarias en favor de una papilla alimenticia.
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