“La memoria histórica no es más que recordar para reparar. Nos facilita perdonar y entender por qué pasó lo que pasó y no perder la esperanza, asumiendo además que la memoria es la puerta de oro para la paz y la reconstrucción del tejido social. La memoria no es más allá que el pasado traído al presente para construir con responsabilidad el futuro. La invitación es que hagamos conciencia por el derecho a la vida, la paz y el trabajo digno”.
“El perdón es un bálsamo de sanación”.
Pastora Mira García es una víctima del conflicto armado en Colombia que ha dedicado gran parte de su vida al trabajo con los afectados, la reconciliación y la paz. Es una grandiosa mujer que logró convertir la tristeza en liderazgo y el miedo en solidaridad y perdón.
Nació en San Carlos, un municipio del departamento colombiano de Antioquia, el 13 de julio de 1956, hija de Rosa Emilia García, de ascendencia conservadora, y Francisco Luis Mira Zuluaga, un aserrador liberal. Vivió su niñez en el seno de una familia campesina junto con sus ocho hermanos. Durante esos años, la violencia civil generada por los partidos liberal y conservador se radicalizó. A los 6 años de edad y estando con sus seres queridos —el mayor de sus hermanos tenía 14 años y el menor 2 meses—, llegó un grupo de conservadores a su casa. Le pidieron al padre que los acompañara a buscar el camino de la quebrada Sardina Grande. La madre se negó a ello y abrazó a su esposo. Los hombres le dispararon y, apenas cayó al suelo, le cortaron la cabeza frente a toda la familia.
Pastora se fue a vivir con sus abuelos maternos. Cursó sus primeros estudios en el corregimiento de Samaná y su bachillerato en un colegio de San Carlos, graduándose de noveno grado en 1974.
En un viaje de Medellín a San Carlos, se encontró al registrador municipal en un bus. Él le ofreció un empleo en la registraduría del municipio. En el proceso de aprendizaje en este trabajo generó su propio documento de identidad. Por aquel entonces cuidó por un tiempo la convalecencia del asesino de su padre y ayudó en lo que podía a los hijos de este.
Su primer esposo fue Jairo Aristizabal Galvis, un campesino mucho mayor que ella y amigo de la familia. En ese tiempo los conservadores empezaron a pelear entre facciones; uno de los grupos lo asesinó en septiembre de 1974 cuando su primera hija, Claudia Patricia, tenía dos meses de nacida.