Jericó (Antioquia, Colombia), 26 de mayo de 1874 — Medellín (Antioquía, Colombia), 21 de octubre de 1949
A sus 16 años viajó a Medellín y se presentó ante la rectora de la Escuela Normal de Institutoras para solicitar su ingreso. Aunque se le concedió el permiso para estudiar, solo podía hacerlo en la biblioteca, ya que no poseía los libros requeridos. Tiempo después y en virtud de su responsabilidad, fue acreedora de una beca que le permitió formarse como maestra.
Tras su graduación en 1893, fungió como profesora en distintos colegios. Fue nombrada directora del Colegio Inmaculada de Medellín, un recinto de mucho prestigio en la ciudad. En 1904, Eva Castro, una de sus estudiantes perteneciente a una familia de la alta sociedad, tomó la decisión de no casarse debido a su vocación religiosa. La familia culpó a Laura por esta decisión. La infamia a la que fue sometida se recreó en una novela escrita por Alfonso Castro —médico, literato y hermano de la joven en cuestión— llamada “Hija espiritual”. Tal fue la intriga y el descrédito que causó este episodio que el colegio cerró definitivamente.
Laura fue nombrada maestra de la escuela del pueblo antioqueño de La Ceja. Luego de pasar un corto tiempo allí, se le pidió fundar un colegio en otro pueblo llamado Marinilla. Allí fue donde adquirió para sí el compromiso de evangelizar a las comunidades indígenas de la región. Esta vocación por dignificar a estas minorías étnicas la heredó de su padre, quien fue su defensor apasionado. Esta decisión por ponerse de lado de estas comunidades marginadas y estigmatizadas le trajo varios inconvenientes con las élites de la sociedad y las autoridades eclesiásticas, ya que veían sus ideas demasiado liberales.
No obstante, su pasión por este propósito la llevó a realizar gestiones con el presidente Carlos E. Restrepo en 1910 en búsqueda de recursos para su proyecto misionero. Luego intentó convencer a superioras de comunidades religiosas para que llevaran a cabo misiones en los pueblos indígenas, con muchas negativas como respuesta. Escribió una carta al Sumo Pontífice donde explicaba la difícil situación de pobreza y marginación en que se encontraban los indígenas latinoamericanos, La respuesta del Papa fue contundente, la cual pedía a los obispos americanos que se proyectaran en la búsqueda de la dignificación de los bienes materiales, morales y espirituales de estas personas.
Siguiendo el ejemplo del jesuita Luis Javier Muñoz en Guatemala, su paso por las selvas y su trabajo con las comunidades la llevó a percibir y comprender otra realidad imposible de visualizar por la gente común de la sociedad. Laura logró que Luis Javier Muñoz, el entonces obispo de Antioquía, le ayudara con dinero para su proyecto misionero.
Sus misiones empezaron el 4 de mayo de 1914, luego de sobrepasar muchas dificultades y obstáculos. Partió con cuatro compañeras y un sacerdote hacia Dabeiba (Antioquia). Al llegar, tuvo oposiciones de los gamonales y caciques katíos. Sus labores como maestras de los nativos motivaron a las autoridades de la gobernación de Antioquia a concederles un sueldo a ella y una de sus compañeras. Con estos recursos se sostuvo la ya constituida Congregación Hermanas Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena.
Para lograr su proyecto misionero, Laura y sus compañeras traspasaron todos los convencionalismos y fueron perseverantes al resaltar el valor como mujeres indispensables para la sociedad. Efectuaron labores que para ese entonces solo las hacían los hombres. No solo se dedicaron a las tareas educativas, sino que participaron en los quehaceres agrícolas y atendieron enfermos y minusválidos. En 1916, la comunidad de la Madre Laura fue reconocida como Congregación Hermanas Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena por la Santa Sede con la colaboración de monseñor Crespo. Esta fue la primera comunidad misionera colombiana que difundió la fe cristiana a los pueblos indígenas.
Madre Laura (Su Vida Detrás De La Misión) - Fuente: Tele VID