Para esto nace Cristo, para su "kénosis", no hay lugar para ellos en la posada de Belén, ni siquiera un mesón, ni siquiera un cuartucho hubo para el nacimiento del más grande de los nacidos; y tuvo que refugiarse en una gruta de animales, junto a la creación, en un pesebre donde San José, debió limpiar para María que iba a dar a luz, lo más digno que pudo darle aquella pobreza. Así nace el Redentor: En la humillación, en la pobreza, junto a la creación.
El evangelio nos anuncia al Cristo envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Y cuando Juan Bautista le manda a preguntar al Redentor:” ¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?” Cristo le manda a contestar: “Di a Juan Bautista lo que estás viendo: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, resucitan los muertos. -Y lo más grande de todo- se anuncia el evangelio a los pobres. Y dichoso el que no se escandaliza de mí”.
Este es el mensaje de Jesús: envuelto en pañales, reclinado en un pesebre, pobre como el más pobre de los pobres. Creo que ni el más pobre ha nacido en una gruta, sobre zacate porque no hubo para él ni siquiera un lecho donde su pobre madre lo diera a luz. Cristo, el más pobre, envuelto en pañales, es la imagen de un Dios que se anonada. El Dios que se vacía de toda su gloria para aparecer esclavo y dejarse luego crucificar y ser sepultado como un malhechor. Es un misterio que no se comprende con la razón, sino por experiencia de vida.
Esta noche de Navidad es una invitación al corazón sencillo a la vida humilde, a una vida sobria, a una vida de sacrificios.
La Iglesia se predica desde los pobres y no nos avergonzamos nunca de decir "La Iglesia de los pobres", porque entre los pobres quiso poner Cristo su cátedra de redención, no porque sea malo el dinero sino porque el dinero muchas veces convierte en esclavos a los hombres que idolatran las cosas de la tierra y se olvidan de Dios, pero cuando se tiene la capacidad de ser superior a las cosas que hacen felices a los hombres según los principios del mundo y se tiene el desprendimiento y la valentía de hacer consistir la felicidad y el camino en el camino de las bienaventuranzas: Bienaventurados los pobres, bienaventurados los que lloran, bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, es entonces cuando comprendemos que ha venido la redención y la redención sólo caminará por esos caminos que los hombres no quieren recorrer.
En esta noche yo creo que la alegría de Navidad, sobre todo aquí en El Salvador, es una alegría serena, es una alegría de esperanza cristiana.
Yo he oído muchas veces en este día para decirme: "Qué triste se siente la Navidad, como que no es Navidad". Y es que no hay esos aparatos externos, hay angustia, hay incertidumbre, hay muchos que están sufriendo, hay muchos hogares donde faltan seres queridos, hay tristeza; pero el que es cristiano sabe que hay una alegría de fondo, una alegría de esperanza y de fe, una alegría de austeridad y de que la misericordia de Dios no se arrepiente de haberse entregado y que la encontramos. A esa alegría serena yo invito que vivamos todos la Navidad. Que no exista una Navidad de tantas apariencias comerciales y de alegrías que son fugaces como la pólvora que se quema y no deja más que basura. Alegría de profundidad es la que yo quisiera para todos los que estamos haciendo esta reflexión. Alegría en medio de la tristeza, del terror, de la angustia, de nuestra historia; sin embargo, en el fondo hay una gran esperanza: Has venido Señor y te encontramos, nuestra fe confía en Tí y sabemos que vienes a salvarnos y que cuanto más negra se pone la noche y más cerrados los horizontes, Tú serás más redentor.
En medio del mundo y no obstante los peligros, las vicisitudes, las psicosis, los miedos, hay esperanza, hay alegría. Y no es simplemente un fingir como una valentía sin razón y sin sentido, sino que hay la profundidad de una realidad que anida en el corazón de la Iglesia y que debe de ser el motor poderoso de la vida de todo cristiano.