Pero ésto no quiere decir un pasivismo de nuestros pobres, a los que hemos mal adoctrinado cuando les decimos: “Es voluntad de Dios que tu seas pobre, marginado y no tienes más esperanza”. ¡Eso no! Dios no quiere esa injusticia social; pero, sí, una vez que existe se dá como un tremendo pecado de los opresores, y la violencia más grande está en ellos que privan de felicidad a tanto ser humano y que están matando de hambre a tanto hermanos.
Como quisiera, queridos hermanos cristianos, que asimiláramos esa noticia y la hiciéramos nosotros vivencia, testimonio, confianza, seguridad. Y que a nuestro alrededor en vez de inspirar pesimismo, tristeza, psicosis, miedo, inspiráramos más bien la confianza del ángel: Anunció una gran noticia! Aunque vengan todas las catástrofes, hay renovación. Dios ha venido y el Espíritu de Dios hace nuevas todas las cosas.
Esta noche no busquemos a Cristo entre las opulencias del mundo, entre las idolatrías de la riqueza, entre los afanes del poder, entre las intrigas de los grandes. Allí no está Dios. Busquemos a Dios con la señal de los ángeles: reclinado en un pesebre, envuelto en los pobres pañales que le pudo hacer una humilde campesina de Nazaret, unas mantillitas pobres y un poco de zacate como descanso del Dios que se ha hecho hombre, del Rey de los siglos que se hace accesible a los hombres como un pobrecito niño.
Dios reclama justicia pero le está diciendo al pobre como Cristo al oprimido, cargando con su cruz: salvarás al mundo si le das a tu dolor no un conformismo que Dios no quiere, sino una inquietud de salvación si mueres en tu pobreza suspirando por tiempos mejores haciendo de tu vida una oración y acuerpando todo aquello que trata de liberar al pueblo de esta situación.
Esta noche es de oración, es una noche en que junto al altar de Jesús que nace y viene a salvarnos, nosotros ponemos toda nuestra oración y nuestra confianza con la alegría serena que sólo da la verdadera esperanza que Cristo decía: "Os doy mi paz", no como la da el mundo sino la paz que es fruto de esa sincera conversión que espera todo en Dios.
Era hora de mirar hoy al Niño Jesús no en las imágenes bonitas de nuestros pesebres, había que buscarlo entre los niños malnutridos que se han acostado esta noche sin tener que comer. Entre los pobres que dormirán arropados de diarios. Entre el lustrador que tal vez se ha ganado lo necesario para llevar un regalito a su mamá, o quien sabe del vendedor de periódico que no logró vender los periódicos y recibirá una tremenda reprimenda de su padrastro o de su madrastra. ¡Qué triste es la historia de nuestros niños! Todo eso lo asume Jesús en esta noche.
O al joven campesino, obrero, el que no tiene trabajo, el que sufre la enfermedad en esta noche. No todo es alegría, hay mucho sufrimiento, hay muchos hogares destrozados, hay mucho dolor, hay mucha pobreza.
Todo eso no lo miremos con demagogia. El Dios de los pobres ha asumido todo eso y le está enseñando al dolor humano el valor redentor, el valor que tiene para redimir al mundo la pobreza, el sufrimiento, la cruz. No hay redención sin cruz.
Cristo nace en la historia, en unas circunstancias concretas en que se mencionan emperadores de Roma, gobernadores de Palestina, gente concreta en la historia, para decirnos: Así nace Cristo, en la historia concreta de los hombres. Ya no son los tiempos de hace veinte siglos; pero si hoy se escribiera el nacimiento de Cristo, la celebración de la Navidad de hoy, se mencionarían otros nombres, serían los nuestros... La celebración de la Iglesia tiene el privilegio de hacer presente el Misterio que celebramos: Hoy es Navidad aquí, hoy nace Cristo aquí para nosotros; nos lo ha dicho el profeta Isaías: Un niño nos ha nacido a nosotros, un niño se nos ha dado, es para nosotros.