Este es el Cristo que nace, enseñándole a los países pobres, a los mesones, a estas noches frías en las cortas de café, o calientes junto a las algodoneras, que todo eso tiene un sentido. Que no perdamos el sentido del sufrimiento. Queridos hermanos, si una cosa me da lástima en esta hora en que se presentan muchos falsos redentores están echando a perder esa fuerza de redención que tiene nuestro pueblo: su sufrimiento; y convierten en demagogia su marginación, su hambre. No hay que hacerla desesperación ni resentimiento, sino que hay que esperar la justicia de Dios, saber que ésto tiene que cambiar; y, si es necesario, morir como han muerto ya tantos pero con la esperanza de una fe cristiana.Como quisiera que esta Navidad hablara de ese Niño entre paja y los humildes pañales, del valor sublime de la pobreza. Como quisiera que nosotros mismos, que estamos haciendo esta reflexión, la diéramos a nuestros pequeños o grandes sufrimientos un valor divino. Que desde esta noche intensificáramos nuestra intención de ofrecer a Dios lo que sufrimos. Que se convierta junto al sacrificio del altar en hostia que redime y santifica nuestra vida, nuestro hogar, nuestra sociedad.
Sintámoslo así de veras porque yo sé que cada uno de ustedes, así como yo, sentimos la necesidad de abrazarlo como propio, como mío, a ese Jesús que nace para todos y quedándose en todos, se da enteramente a mí en particular, de tal manera que cada uno de nosotros puede decir ese posesivo de San Pablo: "Me amó y se entregó por mí". Sintámoslo así al Señor: El redentor de mi familia, el compañero de mi vida, el confidente de mis angustias, mi redentor que es redentor de todos al mismo tiempo.
Cuando ya se despedía Cristo de este mundo el día de su ascensión le dice a los apóstoles: “Vine del Padre y ahora regreso del mundo al Padre”. Este es el circuito que hay que recorrer: Vengo de Dios y trabajaré en el mundo una vocación que Dios me ha dado al hacerme nacer en esta hora, en esta época, en este país, con esta vocación, es esta situación. Cumplir ese recorrido para, luego, al llegar nuestra muerte decir: “Ahora regreso al Padre”.
Haber vivido siempre recordando nuestro origen de Dios y no perdiendo nunca de vista nuestro destino la gloria del Altísimo
Celebremos pues así la Eucaristía de Navidad con esta profundidad de fe y de esperanza, no importa la noche más larga del año que está comenzando si no que lo que importa es la luz de la fe que ilumina el corazón y que en medio de las tristezas y angustias del momento presente, hay una esperanza que nos hace confiar plenamente en el niño que ha nacido para nosotros.
“A pesar de poseer hoy tantos medios para la felicidad exterior, decía el Papa en su mensaje navideño, el hombre actual no encuentra la verdadera; la persona, la profunda y sincera felicidad interior...No se pueden ignorar los grandes sufrimientos, las profundas aspiraciones, las dolorosas deficiencias que afectan a amplios sectores de la sociedad o que conciernen a pueblos enteros...remediar el hambre, promover a los nuevos pueblos, buscar sinceramente la paz, deben ser metas del mundo de hoy”.
Una navidad poco sensible a esas dolorosas y apremiantes realidades del mundo que nos rodeas sería también una navidad sin cristo, aunque la celebren los cristianos.