“Mi señora reina, muchachita mía”
Indígena católico de la etnia Chichimeca, reconocido por haber presenciado la aparición de la virgen de Guadalupe y ser beatificado y canonizado por el papa Juan Pablo II, siendo el primer santo amerindio de la historia.
Juan Diego Cuauhtlatoatzin (que significa: Águila que habla o El que habla como águila), nació el 5 de mayo de 1474, descendiente de una familia indigena de clase baja chichimeca en Cuautitlán, territorio del reino de Texcoco. Existen versiones contradictorias por parte de la Iglesia católica y los historiadores sobre su existencia. Según el Centro de Estudios Guadalupanos, Juan Diego era huérfano y se crió con su tío. La ilustración más antigua del santo fue realizada por Miguel Cabrera en el siglo XVIII; ésta ha sido cuestionada por la cantidad de rasgos españoles imprimidos en la imágen de Juan Diego.
Juan Diego, siendo ya un adulto, junto a su esposa María Lucía fueron atraídos y bautizados por la religión católica, profesada por los padres franciscanos que llegaron a México en 1524. (Según documentos históricos, Juan Diego, su esposa y su tío fueron los primeros indígenas bautizados por la Iglesia católica). Juan Diego y María Lucia contrajeron matrimonio y se comprometieron totalmente con la fé católica, tomaron votos de castidad, asistían a la eucaristía diaria y estudiaban el catecismo. Según informes jurídicos, Juan Diego era una persona reservada, un buen católico y en su pueblo lo catalogaron como un buen indio. Realizaba frecuentemente penitencias y viajaba 20 kilómetros hasta la población de Tenochtitlán para recibir instrucciones religiosas.
Ocho años después de la llegada de los españoles murió su esposa María Lucia. El 9 de diciembre de 1531, muy de mañana, Juan Diego iba a una celebración eucarística; llegando al cerro de Tepeyac empezó a escuchar cantos de aves armoniosos y hermosos. De repente divisó una nube y el arcoiris resplandeciente en la punta del cerro. En medio del desconcierto se fue el sonido de las aves y escuchó una voz dulce y celestial que lo llamaba, Juanito, Juan Dieguito. Con alegría y sin dudas se acercó a la dulce voz para encontrarse con una mujer de gran belleza con un vestido que brillaba como el sol.