¿Puede la ética responder a la novedad de los problemas ambientales?
Can Ethics answer to the modern environmental problems?
El ser humano tiene una indiscutible especificidad biológica y cultural; sin embargo, de manera inevitable se relaciona con las cosas de su entorno, las utiliza y, con frecuencia, las agota más allá de la capacidad misma de recuperación de ese entorno. Surgen entonces los novedosos y graves problemas ambientales que terminan comprometiendo las posibilidades mismas de sobrevivencia de nuestra especie, así como de toda posible forma de vida. Esta situación exige actitudes y comportamientos por parte de ese ser humano que respondan, respecto de sí mismo y de las cosas de ese entorno, de manera coherente con la índole y gravedad de sus actos. Dar cuenta de los propios actos y generar normas que orienten al respecto, corresponden a lo que históricamente se conoce como moral, cuyo estudio filosófico es la ética. Pero una mirada a las éticas históricamente constituidas indica que ellas, debido a su excluyente antropocentrismo, son incapaces de responder a la novedad de los problemas ambientales. Por eso es necesario y urgente pensar en una alternativa ética, tanto con relación a sus principios como a sus temas, que responda a la particularidad y gravedad de los temas ambientales.
¿Puede responder la ética a la novedad de los problemas ambientales?
No podemos vivir pura y simplemente como la planta y el animal; debemos habérnoslas con nuestro propio ser y el ser de todas las cosas. Estamos a la vez protegidos y expuestos, en intimidad con el ser y en actitud crítica, arraigamos en el fundamento elemental de la vida y somos a la vez para nosotros mismos problema. (Fink, 1964: 37)
Esta reflexión del filósofo alemán Eugen Fink pretende orientar, desde un comienzo, hacia la virtual encrucijada en que se encuentra el ser humano cuando quiere pensar en los problemas ambientales: tiene una especificidad biológica y cultural indiscutible, pero está inevitablemente relacionado con todas las cosas de su entorno; de hecho, requiere de ellas para su supervivencia y, a la par que arraiga en el fundamento de la vida, no puede renunciar a su condición racional y crítica. Pero cuando se trata de utilizar las cosas de su entorno, se ha terminado consolidando a lo largo de los siglos una tal disposición de uso excesivo y abuso de esos recursos, los llamados corrientemente recursos naturales, que hace temer, para decirlo de una manera benévola, que llegue un momento, de pronto no muy lejano, en que las condiciones mínimas para la vida en el planeta resulten seriamente comprometidas. Es este justamente el sentido de la propaganda del partido verde alemán: “sólo cuando hayamos talado todos los árboles, cuando hayamos cazado todos los animales, cuando hayamos pescado todos los peces, cuando hayamos contaminado todos los ríos y el aire, sólo entonces nos daremos cuenta que no podemos tragar plata!” (Hoyos, 1989: 138).Se trata de una avidez, al lado de un “cortoplacismo” de tipo económico demasiado influyente y predominante en sectores muy poderosos, que alcanza versiones en verdad escalofriantes, como la que recuerda Gorz a propósito de Keynes, quien para explicar el por qué del horizonte temporal tan restringido del economista, que no supera los diez o veinte próximos años, decía: “a largo plazo estaremos todos muertos” (Gorz, s.f.: 13).
Ahora, sin pretensiones apocalípticas y sin minimizar el problema, estamos ante una crisis ambiental, única justificación para plantearse preguntas como la que titula el presente artículo. Sin embargo, bien cabe preguntarse con Habermas: “¿Existe una responsabilidad frente a la naturaleza que sea independiente de la responsabilidad por la humanidad actual y futura?” (2000: 225).
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